Hubo una vez en un bosque junto a una playa, que se encontraron una loba y una zorra. Se miraron de soslayo, porque tenían otras cosas en las que pensar, y siguieron su camino. Pasado el tiempo, mucho tiempo, volvieron a coincidir en un río en el que los animales del bosque solían ir a beber. Se miraron como si fuesen amigas de toda la vida. Sabían que se conocían, que tenían algo que las unía, aunque no sabían qué podía ser. La zorra comenzó a charlar, contaba historias de tramperos y cazadores que la acechaban constantemente. La loba disfrutaba de esas historias, de su lucha por la supervivencia, de sus tretas para escapar y salir victoriosa de las diferentes trampas. Le admiraba. La loba también contaba sus historias, de como dirigía su manada, de cómo enseñaba a sus cachorros a evitar los cazadores, de cómo los había burlado en alguna ocasión y de cómo salvó la vida al escapar de una trampa. La zorra le prestaba toda su atención. Le admiraba. Habiendo ya os